Dioses de jade y sombra

 

El Popol Vuh (del quiché Popol Vuj, “Libro del Consejo”) está considerado el más importante de los textos mayas que se conservan. Importante no solo por su contenido histórico y mitológico sino por sus cualidades literarias que le permiten estar a la altura de grandes obras épicas como el Ramayana hindú o la Ilíada y la Odisea griegas. Para algunos la Biblia de los mayas quiché porque, como el texto sagrado del cristianismo hace, explica el mito de la creación del mundo que hacen surgir del mar primordial, y la creación de los seres humanos.

Para una licenciada en Antropología Americana como yo encontrar una novela romántica juvenil cuyo tema central sea el inframundo maya (Xibalbá) y sus protagonistas sean los dioses de la muerte Hun-Kamé y Vucub-Kamé, que queréis que os diga pero es una satisfacción enorme además de una auténtica sorpresa. Porque Dioses de jade y sombra, aunque ambientada en los años veinte, los locos años veinte terminada ya la Revolución mexicana en el pueblo mexicano de Uukumil, no sólo es una historia de amor (en realidad es lo menos importante aunque si resulta atractiva), también es una adaptación de un relato cosmogónico a un relato de aventuras, de entretenimiento. Y es ahí precisamente donde reside su valor.

La trama es muy sencilla: Casiopea con dieciocho años es una soñadora que cree poder llevar a cabo sus deseos aunque su realidad esté llena de desdichas e incomprensión. Si no fuera porque es demasiado sencillo comparar a Casiopea con La Cenicienta, lo cierto es que se le parece mucho. En este caso no hay una madrastra y unas hijas que le hacen la vida imposible, pero si un abuelo huraño y desagradecido al que debe cuidar prácticamente ella sola. Con una madre que parece admitir que no hay nada que hacer, un primo que la desprecia porque la tiene envidia y un abuelo intransigente que lo único que sabe hacer es refunfuñar, a Casiopea solo le queda soñar con una vida mejor, soñar con que algún día podrá abandonar ese miserable pueblo.

Y como el destino es así de caprichoso, un buen día la llave de la que el abuelo nunca se separa y que abre el misterioso baúl que hay bajo su cama, el baúl que seguramente contendrá las monedas de oro que la permitirán llevar a cabo sus sueños, esa llave cae al suelo y… ¿Cómo no iba a cogerla a pesar de que sabe que no debe hacerlo? ¿Cómo no probar suerte y esperar que el baúl contenga riquezas de las que nunca oyó hablar? ¿Cómo no transgredir lo que los demás esperan que cumpla a rajatabla sin cuestionarlo?

Pero en el interior del baúl no hay oro ni piedras preciosas, pero si unos huesos muy especiales. Los huesos de un dios, los huesos de un señor del Inframundo que, al más puro estilo de La momia, se recompondrán hasta formar el cuerpo del que en otro tiempo fuera uno de los señores de la muerte del reino de Xibalbá, Vucub-Kamé. ¿Y qué demonios hacen esos huesos ahí?

Al parecer el abuelo firmó un pacto con el hermano gemelo de Vucub-Kamé, Hun-Kamé, para guardar los huesos del hermano asesinado a cambio de todo el poder y la riqueza que ahora goza la familia Leyva. Una venganza familiar, una historia de celos y envidia entre hermanos pero también la negación de algo evidente: los señores de Xibalbá fueron derrotados por los gemelos humanos Hunahpú e Ixbalanqué y Hun-Kamé no quiere reconocerlo. 

Es Casiopea quien abre la caja de Pandora y en décimas de segundo se da cuenta de que algo no va bien. Una esquirla de hueso perteneciente al dios se le ha clavado en un dedo. Desde ese momento sus vidas estarán unidas. Lo que le pase a uno tendrá consecuencias en el otro, de manera que Vucub-Kamé se irá humanizando poco a poco, debilitándose, perdiendo fuerza e inmortalidad, y Casiopea irá muriendo.

A partir de ese momento una carrera por la supervivencia (la de ambos) les llevará a buscar en varios lugares de la geografía mexicana, también de la geografía del Inframundo, las partes del cuerpo que Vucub-Kamé perdió en la batalla y que ahora necesitará para devolverle todo su poder y contrarrestar el de su gemelo.

¡Espectacular!, ya digo que como parte interesada estoy más que satisfecha, y si los jóvenes se acercan a la antropología americana a través de una historia de amor (por imposible y poco realista que esta sea) bienvenida sea. Bien escrita, bien documentada y simplificada (esto último es importantísimo dada la complejidad del tema), entretenida... ¿Qué más se puede pedir? 

Dioses de jade y sombra (Silvia Moreno-García. Minotauro 2021)



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